jueves, 2 de abril de 2020

JUAN



Juan



Verano, Buenos Aires, 2000

Durante el verano del 2000,  me encontraba en Buenos Aires, vivía allí, en un departamento de la calle Darragueyra, en el Barrio de Palermo Viejo, con mi novia.

Las cosas no estaban bien con ella, por varias razones. Una de ellas fue,  haber  descubierto, mi diario íntimo, con la lista de hombres con los cuales yo había estado, en donde narraba, cada encuentro, cada episodio de mi vida íntima.  
Sin vergüenza y sin tapujos. 
La situación me perturbaba, me  sentía muy angustiado, confundido y triste, sentía que la había lastimado mucho, pero sin embargo, consideraba que era mi intimidad, mi vida, mi sexualidad. Pero la culpa y una sensación de abismo, me carcomían.
Luego de la pelea, mi novia, decide irse con su amiga íntima a Sudáfrica. Una semana después, antes de su partida, tuvimos una fuerte discusión al respecto de ese diario íntimo.
Yo estaba muy nervioso, en plena discusión, abri con fuerza la ventana principal, que daba al patio de luz y de un tirón, rompí una parte de la ventana de madera, quedando la misma trabada por la la mitad.
Al día siguiente ella se va, la vienen a buscar, y parte sin siquiera saludarme.

Esa tarde, pinté, escribí y corregí un par de trabajos que tenía pendientes. La tarde era muy calurosa, en la ciudad de Buenos Aires, la humedad parecía penetrarme, la atmósfera era pesada, tal vez mi tristeza, la sensación de soledad, y mi confusión, ayudaban a que todo fuera intenso, desolado. Las horas transcurrían en silencio, sólo mi respiración se mezclaba con la voz de la cantante Björk, que yo solía escuchar en aquella época, .

A las 16h, suena el timbre, respondo, abro la puerta. Era el carpintero, que venía a reparar la ventana, yo me había olvidado totalmente. Marisa, mi novia lo había llamado.

Llega, le abro, me saluda seriamente, le indico el trabajo que debe hacer.
Juan, el carpintero, comienza a reparar la ventana, la mira, intenta un par de cosas, sigue trabajando, yo lo miro, lo observo y sigo escribiendo, trabajando, mi escritorio se encontraba en el living, en donde estaba Juan, haciendo su trabajo.
Le digo.

-Mire, yo me voy a dar una ducha y salgo en diez minutos-
-Si perfecto, todo bien, dijo él-

Comienzo a ducharme, me enjabono, tengo los ojos cerrados, comienzo a llorar, por todo lo que había acontecido con ella, estoy muy triste y desolado.
Pienso en mi, en mi historia, en mi trabajo, en mi futuro.
Estoy duchándome, y en eso siento una presencia, dentro de la ducha, junto a mi, una mano, que me toca, y se introduce, atravesando el agua y la cortina del baño, acaricia mi brazo. Me asusto, grito, abro los ojos, y lo veo ahí, parado frente a mí, con su rostro humedecido, las gotas salpicaban su cuerpo.

Juan era moreno, de tez blanca, alto, corpulento, muy fuerte, tendría unos 38 años, poseía toda la pinta de un macho, de un heterosexual hecho y derecho, nada ni nadie hubiera dicho, que le gustaban los hombres. De boca perfecta, y rostro marcado, sus ojos negros enormes y profundos, parecían invitarme al precipicio del pecado.
Lo miro con asombro, con timidez, se aproxima mas a mi, me toma de la cintura, nos besamos lentamente, apasionadamente, con detenimiento nos observamos, como estudiándonos por segundos, pero el deseo de la carne, era muy potente, muy intenso, persistente y cautivo.

Juan me besaba, yo lo besaba, acariciándolo, el me tocaba las nalgas.
Introduce muy lentamente un dedo en mi culo, me gira abruptamente, enjabona mi cuerpo, él hace lo mismo, acaricia mi piel, comienza a hacerme un masaje cuerpo a cuerpo, me toca, con sus piernas, con sus muslos, con sus brazos, con su pecho, con su miembro contundente, pujante, agresivo contra mi.

Toco su pene con mis manos, me agacho, y comienzo a practicarle un profundo sexo oral, se la chupe muy lentamente hasta el agotamiento. La lluvia de la ducha, cae sobre mi, él esta excitado, tanto como yo.
Me toma de los brazos, me pone de pie, gira mi cuerpo y acaricia con la cabeza de su pija, mi ano dilatado por la excitación, por sus dedos. Enjabona mi culo, siento sus dedos en mi. 
Apoyo mis manos contra la pared, mi culo queda a la altura de su pelvis. El comienza a jugar con mi culo, me toca, me practica un beso negro exquisito, gimo, grito, me estremezco, huelo la carne de su cuerpo, la brisa de su boca, así lentamente, minuto a minuto.
Siento la cabeza de su pene, introduciéndose en mi cuerpo, lentamente en mí, dentro de mi culo. Ardo de placer, me agrada, me gusta, me excita este macho cabrio, que tengo detrás mío.
Abro mis piernas, me acomodo más y más, moviendo mi culo, par que su poronga entre aún más y más en mi, dentro de mi ano, de mi cuerpo, de mi mente.
Siento que viajo, entre el placer inaudito, único e irrepetible, transito el placer del fantasma, de lo perverso.
Juan, este hombre misterioso, ahora me coge sin tapujos, sin culpa, con furor, vibrando en mi, contra mi. Me penetra con fuerza y determinación, su deseo también se introduce en mi, el dolor se confunde con el placer, se bifurca, se confunde, y yo que amándolo tan sólo por segundos, en este aire quieto, en esta atmósfera secreta, me someto a los deseos de mis hombres, dando placer, tomo placer.
El cierra la canilla, el grifo, sale de la ducha, me invita a ir con el hacía la habitación, en dónde Marisa, y yo, también  solíamos, hacer el amor.

Estoy tendido en la cama, boca abajo, el carpintero se arroja sobre mi cuerpo procaz, mordiéndome el cuello, tomándome el rostro, besándome, mientras inminentemente, con la otra mano, introduce su pene durísimo en mi culo dilatado.
Juan me coge y me coge sin parar, me insulta delicadamente.

«Mira como te cojo, que lindo que sos, te voy hacer un bebé, me encanta cogerte, tu orto es mío, y te voy a coger por horas, vas a ver, sos  solo mío »

Sus palabras me perforan, me penetran, me enloquecen, y me asustan, su perverso discurso, me he volar de placer, de goce inexplicable, inconmensurable, me retuerzo, muevo mi cuerpo, intento salir de ahí, pero una fuerza profunda y poderosa de deseo inaudito me detiene. Comienzo a estremecerme, tengo calor, mi cuerpo está en fuego, arde de placer, de goce. Muevo mi culo, abro mis nalga como una verdadera prostitua en calor, calor, como un buen putito que se dilata para darle placer a su hombre amado, aunque sea por un instante, en alguna tarde perdida, bajo el calor de Buenos Aires.

Mi culo impacta contra su pelvis, contra su verga erecta. Me toma con fuerza, mi cintura con sus dos manos. Me penetra apasionadamente, con furia, con mucha fuerza.
Juan me gusta, y yo no puedo mas de placer, grito, gimo, me muevo, siento los golpes de su verga dentro de mi, los mismos hacen que ma agarre fuerte, estoy en cuatro patas, me agarro de las sábanas, blancas, grito, me duele, pero me encanta, divago de placer, el grita, se estremece, me pega en las nalgas, me da chirlos, y grita, me coge, muy fuerte, muy intensamente sigue penetrando su miembro viril en mi, introduciéndolo y sacándolo a la perfección, hasta acabar de placer, eyacula como un caballo, en mí, dentro de mi culo, me siento perverso, sucio, gozoso, feliz, puto, me siento abierto y despojado ante la perversion de Juan, que rie al mismo tiempo de eyacular, de acabar, huelo su deseo, su goce, su presencia.

Ahora siento la leche caliente en mi, el sigue cogiéndome, hasta hacerme acabar de placer, cogiéndome, sentado sobre él, eyaculo sobre su pecho, quedando rendido sobre mi cama, él se acuesta sobre mi cuerpo exhausto. Su miembro sigue erecto todavía, se queda dormido, ahora nuevamente sobre mi.

Ya es tarde, los espejos de la memoria y de la castidad se han vuelto a romper. Su su piel roza la mia, me penetra su perfume.`

Me duermo, con la brisa de verano sobre nuestros cuerpos sudorosos, sobre nuestras bocas, sobre nuestros muslos, sobre nuestros sexos.
Es la hora del crepúsculo en Buenos Aires… la lluvia de la tarde moja apenas los cuerpos de los pájaros, que danzan intensamente, cercanos a mi boca, sobre el perfume de nuestros cuerpos tendidos, inmersos en el secreto de las horas del pecado.

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