Verano, Playa del Carmen, Caribe.Mexico, 1990.
Cuando cumplí 20 años, decidí ir a México, mi madre me había regalo el viaje, para que yo pudiera conocer algunos aspectos de esa hermosa cultura.
Llegue al Distrito Federal con un vuelo directo, tres días mas tarde, me tome un bus hacia la Península de Yucatán, mi objetivo era conocer el mar Caribe.
LLegó a Tulúm, luego voy hacia Playa del Carmen, pues una amiga me esperaba alíi.
En ese recóndito Caribe mexicano, todo me parecía azul, el mar, el cielo, la belleza de sus playas blancas.
Al dia siguiente de mi llegada, decido ir a la playa, camino mucho, sobrepaso los sitios, las playas familiares, y me dirijo hacia las playas nudistas, que quedaban muy lejos del centro, caminé más o menos tres kilómetros.
La playa nudista, era un sector, íntimo, casi privado, rodeado de pájaros, médanos y árboles, en donde se daban también, los encuentros maravillosos entre hombres, en la búsqueda del amor instantáneo o del goce del instante.
El crepúsculo ya acariciaba las pieles, nuestras bocas, nuestros cuerpos. Decido nadar, estaba desnudo en las aguas de color turquesa, me abrazaban.
El Sol besaba el mar, mi boca, mi piel, las otras bocas.
Yo nadaba en ese mar caribe de las costas de la península de Yucatán, desde allí se vislumbraban lejanas y exultantes, las Islas de las Mujeres y la isla Cózumel.
Me entretenía ante aquella imagen, soñada, ante ese espectáculo de la naturaleza, ante en ese cielo que se confundía con el mar, sin temor, sólo, en paz conmigo mismo, yo, observaba la maravilla de la vida.
Comienzo a nadar, unos minutos mas tarde, veo a mi lado, la cabeza de un hombre rubio, de ojos azules, de boca pudiente, voluptuosa y generosa, que me saluda. Él tendría unos cuarenta y cinco años, yo tenía veinte.
-Hola, cómo estás?
-Bien- Respondo.
El hombre comenzó a nadar en círculos, como si fuese un predador de aguas profundas, o un pájaro en un cielo húmedo y transparente, rondándome…
Atemorizado, decidí salir del agua. Me dirijo a la playa blanquísima, bajo ese crepúsculo inaudito que parecia eternizarse entre mis labios y mis ojos.
Cuando apenas pongo el pie, en la arena. Silvio, ese era su hombre, me toca, me agarra, yo me suelto, me muerde dulcemente el culo.
Sigo caminando, salgo del agua, cojo una toalla, me seco… Silvio se acerca a mí, yo no podía casi respirar de la emoción, de la sorpresa ante la belleza de ese hombre, fuerte, alto, ameno, simpático, de corazón sensible y generoso.
-De donde sos?- Pregunta.
-De Argentina, Buenos Aires- Respondo.
- Vos?
- Yo soy veneciano.
Muchos años después, habría de recordar, frente al duomo de Venecia, esa conversación, ese encuentro con Silvio, ese amor imposible, con vieja nostalgia, pero yo solo tenía treinta años.
Silvio, ante mi inocencia y mi credulidad, sonreía. Nos sentamos…
Hablamos de Frida Khalo, de Diego de Rivera, de Guadalupe Posadas, de los artistas mexicanos, de su boutique de artesanías mexicanas, que el poseía en el centro de Playa del Carmen. Que en ese entonces, era un pueblo de mar, con pocos hoteles, viejas hosterías, pocas gentes, era un poco más grande que Tulúm, y más habitada. Pero sus playas y sus aguas, poseían una magia, un hechizo, una belleza única.
-Mi nombre es Silvio y vos, cómo te llamas?
-Alfonso- Respondo.
- Que hermoso nombre, me gustaría invitarte a mi casa a cenar, querés ?
-Sí- respondi, sonriente.
Estábamos los dos sentados solos, en la arena, sobre una toalla de color azul, recuerdo. Nos contemplamos, me beso con delicadeza, casi con fragilidad y poética violencia.
Silvio, acaricia mi rostro con suavidad, sus grandes manos viajan, ahora por mi espalda, por mis brazos y mis piernas. Las bocas que aproximan, en un solo instante de pasión, nuestras lenguas danzan, en la profundidad de la tarde.
Los mexicanos nos espían desde lejos, con curiosidad adolescente, detrás de los arbustos, observan con desparpajo, nuestro rotundo encuentro, nuestro deseo de fuego, nuestros cuerpos.
Silvio, reposa su cuerpo desnudo sobre el mío, sus brazos fuertes, su boca profunda, sus ojos tiernos, me poseen, inevitablemente.
Minutos después, nos levantamos, y comenzamos a caminar bajo el cielo ya casi rojizo, apenas oscurecido, sólo iluminado por estrellas brillantes, y una luna inconmensurable que nos abrazaba.
Una hora depues, llegamos a su casa, a eso de las 22 horas, aproximadamente.
La casa de Silvio, es muy grande, de muros blancos, una gran mesa de madera tallada, candelabros de plata mexicana, una gran biblioteca y fotos, en los muros de diversos océanos, pues Silvio, era fotógrafo marino. Su belleza se asemejaba al de un hombre de agua, un apolo de las profundidades.
Minutos después, nos sentamos en el living, desde las ventanas, los cortinados blancos, parecían ángeles danzantes, lujuriosos en la noche, protegiéndonos, del resto de los hombres.
Silvio enciende varios velones, otras velas mas pequeñas. Se dirige a la cocina, prepara una ensalada de palta con frutos exóticos, rojos, violáceos, azulados, amarillos. Abre una botella de vino, me sirve sonriendo, me da una copa, me acaricia con una sola mano la espalda.
Sus ojos profundos, azules, comienzan a besarme intensamente, antes que su boca, me desnudan. Lentamente me acerco en silencio a él, una música de mariachis se escucha a lo lejos.
Nos besamos, nos abrazamos lentamente, Silvio introduce su lengua en mi boca, sobre mis labios, acaricia mis brazos, mi nuca, la espalda y me invitada a desnudarme por completo, me desviste con destreza.
Me acuesta en la cama, mi boca está contra la almohada, sus manos y su lengua besan mi cuerpo desnudo, lampiño, solitario, deseoso casi adolescente.
La cabeza de su pene, roza ahora los labios de mi culo, de mi vulva, el interior de mi ano. Me besa y me muerde delicadamente, con pasión inconfundible, con ternura, acaricia las pieles de mi cuerpo, me lame lentamente, mete sus manos en mi boca sedienta de deseo y de lujuria.
Lo beso, grito de placer, gimo, me somete, me circunda, me desea, me profana, me restaura, me penetra lentamente. Su miembro viril, era contundente, voluptuoso, involvidable. Colocó mi cuerpo boca abajo nuevamente, mete sus dedos, uno a uno, me besa intensamente, siento la cabeza de su sexo en mí, dentro de mí. Me coge, me masturba, me penetra una y otra vez….
Hicimos el amor hasta el amanecer, hicimos el amor, hicimos el amor, sin parar hasta que el alba se puso roja, hasta que las velas se apagaron, hasta que su cuerpo dormido acaricia mi corazón, el centro del corazón de mi boca, allí en dónde la memoria se hace carne.
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